«An Outdoor Lifestyle»

Hay todo un mundo allá afuera…

Vista desde las dunas de Concón

«Not all who wander are lost»

J.R.R.Tolkien

Ok, no soy la chica más outdoor del universo. Debo decir que no soy siquiera la mitad de Outdoor de lo que me gustaría ser. Así que tenía mis reparos al momento de escribir esta entrada. Pensaba… ¿Cómo voy a escribir sobre esto si claramente no soy la mayor autoridad en la materia? No soy como esas chicas todo terreno que se ven en las propagandas de las tiendas, haciendo trekking y escalada, subiendo montañas y buceando en el sudeste asiático. Pero… ¡Es que me gusta tanto la naturaleza! ¡Y sentía la necesidad de escribir sobre ello! Así que me puse a buscar imágenes de algunas de mis actividades al aire libre (dejando un poco de lado los anglicismos) y me encontré con tal cantidad de material que me di cuenta… Sí, ¡la verdad es que sí hago un montón de cosas al aire libre! Yo solía pensar que había salido un par de veces, pero al ver la tremenda carpeta que había armado me di cuenta de que había algo más…

Chiloé, cerca del Museo de Arte Contemporáneo

No les voy a mentir, yo he tenido muchos privilegios. Ahora mismo tengo el privilegio de poder estar sana y salva en mi casita con mi familia. Durante la pandemia todavía cuento con un sueldo fijo gracias al teletrabajo y eso me ha permitido disfrutar este momento con mis seres queridos, dedicándome a mis proyectos. Por eso no podría decir que estos tiempos hayan sido angustiantes (pero comprendo totalmente por qué para otros sí lo son). Sin embargo hay una cosa que extraño al estar día tras día encerrada aquí y curiosamente no son las personas y ni las actividades… Lo que más extraño es la naturaleza. Se los juro. En estos momentos mataría por irme de camping o un día de excursión intentando subir un cerro. Echo tanto de menos ese sentimiento de infinidad, de paz, de desafío, de desconexión y desintoxicación…

Jardín Botánico de la Universidad Austral, Valdivia

Cualquiera que me conozca sabrá que no soy la persona más deportista que exista. Y si alguien me conoció desde el colegio probablemente aun recuerde la cantidad de quejas que manifestaba durante la clase de gimnasia. Yo soy pésima para hacer ejercicio y mantenerme en forma. Redondo es una forma. Yo soy del tipo bultito enrollado en mantita. Sin embargo, cuando estaba en 4º básico, tuve una profesora de gimnasia tan bkn, tan chora… la Helga. Recuerdo que ella era genial porque sabia que todos los niños éramos distintos y teníamos distintas habilidades. Yo, claramente, jamás sería capaz de correr más rápido que mis compañeros y el intentar trepar por la cuerda o hacer la invertida no eran más que momentos de frustración para mí. Sin embargo ella descubrió el potencial que yo tenía para el lanzamiento. Y ella fue la que me recomendó que me inscribiera en la extraprogramática que en ese entonces el colegio tenía de Excursionismo. En esos instantes no lo sabía, pero eso me cambió la vida.

Esa soy yo… Otoño en el Cerro el Roble, debo haber tenido 10 años…

Dos veces al mes, domingo por medio, en vez de quedarnos flojeando, nos levantábamos temprano y nos calzábamos unos tremendos bototos, cargábamos las mochilas con botellas de agua, sándwiches y huevos duros y a las 9 am. estábamos todos en la puerta del colegio subiéndonos al bus que nos acercaría a nuestra próxima aventura. ¡Era demasiado entretenido! Conocimos gran parte de la región, desde las dunas y playas, hasta los cerros y bosques. Aprendimos sobre la flora y fauna, incluso en algunas ocasiones nos acompañó el famoso botánico alemán Otto Zöllner Schorr; llevábamos un cuaderno donde anotábamos lo aprendido… La Helga, me acuerdo, incluso armaba canopys improvisados para sortear algunas dificultades del territorio o sólo por diversión para deslizarnos por alguna tirolesa. Otra veces nos enseñaba a dejar señales en el camino: nos dividía en dos grupos y uno tenía que encontrar al otro siguiendo los rastros. No éramos scouts ni nada por el estilo. Sólo éramos un puñado de niños chicos correteando por el cerro. Yo debo haber tenido como diez años sino menos. ¡Imagínense algo así hoy en día! ¡La responsabilidad! Pero es que yo creo que eso nos falta hoy en día… Que los niños salgan a ensuciarse más, vayan al cerro a jugar con tierra (de forma responsable, si po).

Y ahí estaba yo’po subida a una torre de vigía forestal… ¿Qué tal?

Si hasta mi mamá se animó a acompañarnos. Ella, con algo de sobrepeso debo admitir y asmática, pensaba que no se la iba a poder. Al final fue la que más se entusiasmó. Dijo que el hacer ejercicio la ayudó a soltar el cuerpo, a volverse más activa y sentir menos dolor. Y el aire puro la ayudó y en todo ese año no tuvo ninguna crisis. Al bajar el cerro la Helga le decía: «Tienes que soltar el cuerpo, baja suelta, como una garrota.»

Cumbre Cerro el Roble. Con mi mami… El hermano de una amiga se cruzó XD

Al llegar a la casa llegábamos todos molidos, sin poder mover un dedo. Los pies llenos de ampollas… Nos dábamos una tina caliente y nos acostábamos exhaustas, listas para empezar al día siguiente la semana. Pero son nuestros mejores recuerdos.

Pozas de Colliguay, en esa época había agua. ¿Pueden encontrarnos a mi mamá y a mí?

Después, durante la adolescencia, me inscribieron en el Lager (Campo), que era un campamento de la Liga Chileno-Alemana para jóvenes de los Colegios Alemanes de todo Chile. ¡Era lo más entretenido de la vida! Yo lo pasaba súper. Dormíamos en carpas por dos semanas, acampando junto al lago Lanalhue. Nos bañábamos en ese mismo lago. El retrete era apenas un hoyo en la tierra. En la noche hacíamos juegos con linternas en el cerro. Entre todos cocinábamos y realizábamos toda clase de actividades: construíamos cosas, hacíamos competencias, nos bañábamos en la playa… Les encargo el piñón (la capa de tierra) con la que llegábamos a la casa después de esas dos semanas.

Era más un leseo adolescente… Sin embargo hay cosas que no puedo olvidar, como la sensación de vestirme con ropa abrigada después de haberme bañado en el lago a las 9 am, y sentarme con mi taza de chocolate caliente en la fría playa de piedras a contemplar la tranquilidad de las aguas y los cisnes a la distancia. Ese momento no tiene precio. De igual forma, nunca vi un cielo más estrellado que el de esas noches… Nada que ver con el de las ciudades…

Vista desde el Cerro del Lager, atrás se alcanza a ver el Lago Lanalhue.
Nuestra carpa ese año jajaja…

Yo creo que todas esas situaciones me marcaron en cierta forma. Hacía ejercicio sin darme cuenta. Pero no es sólo eso. Cambió también mi forma de relacionarme con la naturaleza. Simplemente me fascina. Me siento tan cómoda ahí. Me siento en paz y cada vez que la visito me siento renovada de energías.

Mi mamá y yo en una cabalgata en Villarrica. Era la primera vez que me subía a un caballo y estaba muy asustada. Creo que lloré la mitad del paseo jajaja.

Otro factor importante fue que a mi madre siempre le interesó mucho la naturaleza. No sólo fui afortunada creciendo en una casa con harto patio (una casa quinta). [Quizás por eso yo creo que sentiría claustrofobia en un departamento… No sé…] Sino que a ella de verdad le interesaba el tema. Se unió a un club de flores y jardines y se preocupó de tener la huerta en casa… Y cuando pudimos darnos el lujo de viajar íbamos al sur, que ambas amamos, y ella hablaba con todos los que pudiera sobre las plantas y volvíamos con el auto cargado de árboles autóctonos. En casa ella tiene todos los libros sobre flora nativa, dividida por zonas y sabe reconocer los distintos tipos de maderas, tierras, etc. Cuando creces en un entorno así también valoras de forma distinta la naturaleza que te rodea. No son sólo «la planta esa», sabes qué es un coihue o un arrayán, un boldo o un litre o una palma chilena… Cuando conoces, te importa. Cuando te importa, lo cuidas.

Visitando cuevas volcánicas en Villarrica.

Y bueno, esta sensación de tener que buscar esa «libertad» simplemente se ha mantenido a lo largo de mi vida. Cada vez que he podido he intentado irme de vacaciones a algún lugar en el que pueda tener este tipo de contacto con la naturaleza. No sé explicarlo. Para mí es simplemente una necesidad… Sin mencionar que te da una perspectiva única de tu propio país.

Otro de mis mejores recuerdos fue cuando una muy buena amiga mía me invitaba a pasar las vacaciones con ella… Una vez nos fuimos con su familia a el Quisco en su combi VolksWagen que estaba habilitada como casa rodante y ¡recuerdo cómo el techo se desplegaba para convertirse en cama! ¡Amaba ese auto! ¡Fue demasiado genial!

En otra oportunidad me invitó al sur, a la casa de una de sus tías, cerca de Concepción. ¡El lugar era un sueño! Perdido en mitad de la nada debíamos subir el cerro para obtener algo de recepción… esquivando arañas pollito y espinas de rosa moqueta (pero comiéndonos todas las moras en el camino). La luz en ese lugar era maravilloso. Un paisaje de ensueño… Rodeados por un bosque de copihues, en las noches se escuchaban los zorros y las lechuzas…

Ahora ¡Ojo! Yo sé que todo esto se debe casi que exclusivamente a puros privilegios. No cualquiera puede tener el lujo de tener una casa propia, ni hablar del patio o de vacaciones… Quizás (y no sería raro) que sus colegios no contaran con ese tipo de actividades… excursiones, campamentos… Y ¿saben qué? ¡Es una lástima! Debería ser un pilar básico de nuestra educación enseñar a los niños a relacionarse con el medio ambiente. Por ahí leí una vez que había estudios en donde los chicos en Estados Unidos podían identificar fácilmente más de 20 logos de marcas, pero no 20 especies nativas de flora y fauna. ¡No puede ser! ¡Más naturaleza y menos pantallas! Si vemos lo que se ha avanzado en educación en países como Alemania o ciertos países escandinavos veremos que cada vez más se refuerza la idea de sacar a los niños del aula y llevarlos al encuentro con la naturaleza. Ahí, a partir de problemáticas concretas se pueden ir desprendiendo los contenidos como la matemática, la física, la biología… Pero siempre aplicada. Es mentira eso de que la realidad esta divida en asignaturas. Estoy segura que si los niños fueran criados en un ambiente menos tóxico (ni hablar de la contaminación en lugares como Santiago o Puchuncaví y Quintero) y en vez de eso se relacionaran más con el medio ambiente nuestra forma de entender las cosas sería muy distinto.

Eso es un poco de lo que yo misma he intentado, dentro de lo posible, hacer con mi hijo. Cada vez que puedo intento llevarlo a alguna parte… Al jardín botánico… al cerro… al bosque… lo que tenga a la mano… Un día de paseo, un picnic. Nada elaborado. Dejarlo que corra un rato libre… Que use su imaginación, que observe, que descubra, que conecte. Y que de eso que salgan las conversaciones y lecciones que tengan que salir.

¡A la aventura!

Parte del problema radica en que, nos guste o no, el estilo de vida outdoor por muy «natural» que se pinte, es un medio más de consumo. Quizás por eso yo tenía mis reparos de escribir este texto (que bien largo que me viene saliendo ya), pero es que… Sí. Cada vez más la gente está optando por invertir en experiencias en vez de productos, objetos. Eso me parece súper. Yo también estoy intentando hacer eso. Creo que es mucho más rico un recuerdo, una vivencia, que un objeto con obsolencia incorporada. Pero no nos olvidemos que el turismo, las tiendas de ropa diseñada con tecnología de punta, los accesos a los parques naturales, etc… son también parte del mercado. No puede ser que aparte ya de tener una sociedad tan desigual, el acceso a la naturaleza sea otro privilegio más de las clases más acomodadas. Y es más triste todavía cuando vemos que en este país (Chile) todo es privado. En otros países existe el «allemansrätten» que es un derecho que todos tienen para circular a través del territorio, acampar y hacer uso de ciertos recursos, siempre y cuando sigan ciertas condiciones mínimas (como no dañar la tierra de cultivos, cosechar cultivos ajenos, estar menos de ciertos metros de una casa particular, dañar el medio ambiente, etc). Es un derecho muy preciado para ellos y podemos ver entonces por qué en tantos países crece esto del excursionismo o es parte tan intrínseca de sus culturas. En cambio, aquí en Chile todo esta cubierto de alambre de púas, no se cuida, se llena de basura, perros abandonados o hay quienes intentan apropiárselo (recordemos el famoso caso del acceso a las playas de los lagos).

A pesar de todo yo he intentado que eso no sea un impedimento para lograr mi tan querida búsqueda de lo natural. Quizás ese es el verdadero propósito de este post. Decirles que a pesar de todo sí se puede. No hace falta tener plata y comprarse un montón de equipo o pegarse unas vacaciones caras o salir del país incluso, para lograr ese contacto con la naturaleza. A pesar de mi escaso tiempo libre yo intento, cada vez que puedo, pegarme una arrancada a la playa… al bosque… al cerro… al jardín botánico…O donde sea. Por aquí cerca… con lo que tenga. En lo único en que invertí bien realmente fue en unos buenos bototos. El resto… unos pantalones militares que compré en el persa del Biobio y que me sirven para andar en la tierra y hasta para jardinería. La mochila que sea, un jockey cualquiera, una botella de agua, bloqueador y estamos…

Una de las principales excusas para no hacerlo es decir que no tenía tiempo. Y claro, eso es complejo, porque tenemos vidas siempre tan ocupadas. Pero uno sí puede organizarse y despejarse un par de fines de semana al año (en tiempos pre pandemia al menos jajaja). Otro factor clave es que yo no me consideraba especializada en la materia. En realidad yo no sé mucho de camping o de trekking y me daba miedo hacerlo sola (ni hablar). Pero de a poco he ido encontrando amigos que apañan o que tienen un poco más de experiencia o por último vamos aprendiendo juntos. No hace falta planificar subir el Everest. Una simple caminata por la playa puede servir… Eso igual es entretenido. A veces es hacer lo mismo que uno hace (juntarse con tus amigos de siempre), pero cambias el lugar. En vez de ir a comer una pizza, ¿por qué no hacemos un picnic? Te sorprenderías, hay quienes sí prenden con la idea.

Aparte, ¿díganme si acaso nunca han experimentado la magia de estar todos juntos alrededor de una fogata? El fuego convoca. El fuego es, literalmente: el hogar. Los vínculos que se forjan al compartir una fogata son eternos, por muy fugaces que puedan parecer… Siempre es rico eso… el encuentro con el otro. Hola, tú. Te veo, te reconozco, te valoro. El compartir…

Lo que no tenemos que olvidar es que la naturaleza es muy sabia. Siempre ha estado y siempre estará. Depende de nosotros acercarnos a ella y conocerla. Definir cómo nos relacionaremos con ella. No somos nosotros quienes la debemos cuidar. Ella siempre se ha cuidado por su cuenta, se autorregula sola. Lo que tenemos que hacer es no perjudicarnos a nosotros mismos al dañarla a ella. Si nosotros desaparecemos, ella seguirá estando ahí. Todo lo que nos rodea es naturaleza. Somos sus «hijos,» sus «arrendatarios.» ¡Es tanto lo que podemos aprender de ella! Cada día sigue enseñándonos, cada día continuamos descubriendo… Desde ciencia hasta fe… Desde lo micro a lo macro… Debemos salir a su encuentro…

La luna llena brillaba mágica sobre nuestro camping en Colliguay

En fin, este post me quedó un poco largo… La idea no es alardear de todas mis experiencias, pero sí quería compartirlas… Principalmente porque 1) estoy increíblemente nostálgica por querer salir en estos momentos y 2) porque en una de esas logro contagiarles parte de mis deseos y quizás se motiven a realizar esa escapada que siempre les ha rondado la cabeza y que nunca se han atrevido. ¡Denle no más! ¡No digo que sea irresponsable! Prepárese como corresponda. Investigue… Sobre todo con gente que sepa más del tema. A la naturaleza también hay que tenerle harto respeto. Pero por otro lado también dejemos de buscar excusas. El tiempo es lo único que no podemos recuperar. Y creo que después de que pase esta pandemia ya habremos gastado demasiado tiempo de nuestras vidas encerrados. Sería bueno salir un poquito, de forma responsable. Aprovechemos este tiempo de invernar, de reflexionar… A veces las cosas que posponemos son las más importantes. Y así, cuando llegue el día, podremos abrir nuestras alitas y echarnos a volar…

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